“Un artículo que no se desgaste es una tragedia
para los negocios”, esta frase apareció en 1928 en Printer’s Ink, una revista
del sector publicitario norteamericano[1].
Como pueden observar el concepto de obsolescencia programada, no es algo
reciente.
Haciendo alguna reseña histórica curiosa, ya a
finales del siglo XIX, algunos fabricantes textiles, empezaron a utilizar en
las prendas que fabricaban, más almidón y menos algodón. Pero las bases de la
obsolescencia programada se forjaron en 1924, con el conocido como “El Cártel
de Phoebus”. Entre otras compañías, Osram, Philips y General Electric, firmaron
el 23 de diciembre de dicho año, un acuerdo para la fabricación de bombillas
con una duración limitada a 1.000 horas. Crearon una mercantil suiza llamada “Phoebus
S.A. Compagnie Industrielle por le Developpement de l’Eclairage”, de ahí como
el concido “Cártel de Phoebus”[2].
Todo empezó con la necesidad de incentivar el
consumo debido al Crack del 29, para que mejorase la economía que tan dañada se
había visto debido a dicha crisis. Ya a partir de los años 50 del pasado siglo,
donde se fueron imponiendo las bases del modelo económico al cual hemos
llegado, la obsolescencia programada fue imponiéndose en muchos sectores de
nuestro día a día. Les invito a visualizar el documental “Comprar, tirar,
comprar” de Cosima Dannoritzer[3].
Electrodomésticos, equipos informáticos,
equipos eléctricos, impresoras y un gran etcétera, vemos que tienen una “vida
útil” cada vez más corta. Vemos como la frase que muchas veces nos dicen en los
comercios de “vale la pena comprar uno nuevo, que arreglarlo”, es una expresión
impregnada en el día a día de estos comercios. Nos obliga a gastar un dinero en
renovar estos aparatos que en principio tenían poco tiempo, pero, sin más han
dejado de funcionar.
Algunos la defienden este hecho, creyendo que
así se fomenta el consumo y a la vez se crean más puestos de trabajo. La
realidad, hoy por hoy, es que estamos creando toneladas y toneladas de
residuos, que muchas ocasiones no se llegan a reciclar. Es más, como esos
residuos a los países desarrollados les molestan, suelen crear enormes
vertederos en países del continente Africano, como Ghana.
Otros defensores de la obsolescencia
programada, afirman que somos los propios consumidores, quienes abogando por
los avances tecnológicos, quieren tener la última versión de tal móvil o de tal
equipo informático. Tirando a la basura el que tienen actualmente y que
funciona perfectamente, a cambio de ser los primeros en tener lo último en
dicha tecnología. No se asombren no, ¿quién no lo ha hecho?
Existe una gran realidad. Una realidad que he
plasmado en más de un artículo mío. Nuestro querido planeta (de momento no
tenemos otro), es finito en cuanto recursos y no nos podemos permitir el dar
rienda suelta a nuestros deseos consumistas. Debemos de entre todos,
concienciarnos de este hecho. Empezando por educar a nuestros hijos en ese
sentido y terminando por nuestros Gobiernos en imponer leyes y fomentar otro
tipo de modelo económico más sostenible. No todo debe de estar basado en
crecer, crecer y crecer. Hay que pensar en desarrollar, desarrollar y
desarrollar.
Es para felicitarse, cuando lees que, el pasado
4 de julio, el Parlamento Europeo aprobó, por una amplia mayoría, el Informe
sobre una vida útil más larga para los productos[4].