miércoles, 29 de noviembre de 2017

De la obligación de tirar, a la necesidad de cambiar


“Un artículo que no se desgaste es una tragedia para los negocios”, esta frase apareció en 1928 en Printer’s Ink, una revista del sector publicitario norteamericano[1]. Como pueden observar el concepto de obsolescencia programada, no es algo reciente.

Haciendo alguna reseña histórica curiosa, ya a finales del siglo XIX, algunos fabricantes textiles, empezaron a utilizar en las prendas que fabricaban, más almidón y menos algodón. Pero las bases de la obsolescencia programada se forjaron en 1924, con el conocido como “El Cártel de Phoebus”. Entre otras compañías, Osram, Philips y General Electric, firmaron el 23 de diciembre de dicho año, un acuerdo para la fabricación de bombillas con una duración limitada a 1.000 horas. Crearon una mercantil suiza llamada “Phoebus S.A. Compagnie Industrielle por le Developpement de l’Eclairage”, de ahí como el concido “Cártel de Phoebus”[2].

Todo empezó con la necesidad de incentivar el consumo debido al Crack del 29, para que mejorase la economía que tan dañada se había visto debido a dicha crisis. Ya a partir de los años 50 del pasado siglo, donde se fueron imponiendo las bases del modelo económico al cual hemos llegado, la obsolescencia programada fue imponiéndose en muchos sectores de nuestro día a día. Les invito a visualizar el documental “Comprar, tirar, comprar” de Cosima Dannoritzer[3].

Electrodomésticos, equipos informáticos, equipos eléctricos, impresoras y un gran etcétera, vemos que tienen una “vida útil” cada vez más corta. Vemos como la frase que muchas veces nos dicen en los comercios de “vale la pena comprar uno nuevo, que arreglarlo”, es una expresión impregnada en el día a día de estos comercios. Nos obliga a gastar un dinero en renovar estos aparatos que en principio tenían poco tiempo, pero, sin más han dejado de funcionar.



Algunos la defienden este hecho, creyendo que así se fomenta el consumo y a la vez se crean más puestos de trabajo. La realidad, hoy por hoy, es que estamos creando toneladas y toneladas de residuos, que muchas ocasiones no se llegan a reciclar. Es más, como esos residuos a los países desarrollados les molestan, suelen crear enormes vertederos en países del continente Africano, como Ghana.

Otros defensores de la obsolescencia programada, afirman que somos los propios consumidores, quienes abogando por los avances tecnológicos, quieren tener la última versión de tal móvil o de tal equipo informático. Tirando a la basura el que tienen actualmente y que funciona perfectamente, a cambio de ser los primeros en tener lo último en dicha tecnología. No se asombren no, ¿quién no lo ha hecho?

Existe una gran realidad. Una realidad que he plasmado en más de un artículo mío. Nuestro querido planeta (de momento no tenemos otro), es finito en cuanto recursos y no nos podemos permitir el dar rienda suelta a nuestros deseos consumistas. Debemos de entre todos, concienciarnos de este hecho. Empezando por educar a nuestros hijos en ese sentido y terminando por nuestros Gobiernos en imponer leyes y fomentar otro tipo de modelo económico más sostenible. No todo debe de estar basado en crecer, crecer y crecer. Hay que pensar en desarrollar, desarrollar y desarrollar.

Es para felicitarse, cuando lees que, el pasado 4 de julio, el Parlamento Europeo aprobó, por una amplia mayoría, el Informe sobre una vida útil más larga para los productos[4].


[1] Programado para caducar. El País 15/10/2017
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Cártel_Phoebus
[3] https://www.youtube.com/watch?v=mUaCLzbDgm0
[4] http://www.europarl.europa.eu/sides/getDoc.do?pubRef=-//EP//TEXT+REPORT+A8-2017-0214+0+DOC+XML+V0//ES

viernes, 24 de noviembre de 2017

El hambre cotiza en bolsa

Durante un tiempo la noticia de las noticias fue las penurias y la hambruna que estaban padeciendo muchas miles de personas en Somalia y otras zonas de África, que bajo mi humilde opinión, nunca han dejado de pasar esas penurias y hambrunas. Pero parece ser que este tipo de noticias, al igual que la economía, son cíclicas. O también puede ser que haya momentos en que vendan más periódicos y por tanto interesa sacarlas de nuevo a la luz pública.

El domingo 4 de septiembre de 2011 en El País se publicó un magnífico artículo, titulado como el que ahora mismo están leyendo, “El hambre cotiza en Bolsa” y cuyos autores son, H. Knaup, M. Schiessl y A. Seith. Recomiendo su atenta lectura para darnos cuenta hasta que punto esta sociedad dominada por el capitalismo y el consumismo, puede llegar a que otras personas padezcan e incluso mueran por algo tan horrible como por el hambre.

En dicho artículo nos informan de que la voracidad de los inversores por ganar y ganar más dinero, puedan influir en los precios de los alimentos básicos que componen la base alimentaria de estas pobres gentes de Somalia o Kenia.

Todo se decide en la Bolsa de Chicago, que es la mayor sala de negociación de materias primas del mundo y como se dice en el artículo, “el hambre del planeta se organiza aquí, además de la riqueza de unos pocos”. “El pan del mundo atrae a inversores a los que les interesan tan poco los cereales como, anteriormente, las empresas punto.com o las hipotecas subprime”, comentan acertadamente.

La gran mayoría de países desarrollados y emergentes, tachaban de inaceptable el modelo de sociedad totalitaria que se impuso en la antigua URSS, ya que en este caso era el mismo gobierno el que lo controlaba todo, a parte de que este sistema no daba pie a pensar por uno mismo ya que el mismo gobierno pensaba por todos.

Se implanta como mejor sistema económico, el modelo capitalista, donde todo pasa por el mismo mercado y es él, el que regula. Prácticamente todo se basa en la oferta y la demanda y a partir de ahí, empieza el juego de hacer dinero. Los efectos colaterales de este sistema pueden ser, las grandes diferencias sociales que provocan y por desgracia en esta crisis, se han hecho más evidentes. Así como, que una decisión de un especulador en Chicago, haga que muchas personas puedan morir de hambre en otra parte del mundo.

Volviendo al artículo que les he comentado como lectura recomendada, aporta datos sobre el Índice de precios de los alimentos de la F.A.O., donde el coste de los productos alimenticios experimentó un alza del 39% en el curso de un año. Que los precios de los cereales subieron un 71%, así como los aceites y grasas destinados a la alimentación. Estas subidas, en una sociedad como la americana o en la Unión Europea, puede significar un poco más de dinero para nuestros bolsillos, pero para las sociedades pobres, estos incrementos pueden significar más muertes.

El mismo artículo, reseña un informe de la ONU elaborado por Oliver de Shutter, sobre el derecho a la alimentación, que señala como culpables a grandes inversores que, “dada la sequía en los mercados financieros, se han pasado en masa al comercio de materias primas, distorsionando los precios más allá de toda proporción. Los excesos especuladores son la causa primordial del encarecimiento de estos alimentos”.

Como conclusión y para alentar un correcto funcionamiento de este mercado de las materias primas, proponen una rápida actuación política a nivel mundial, así como una total transparencia en dicho mercado y reglas más estrictas para sus participantes.

                                                Viñeta rescatada de Idígoras y Pachi. El Mundo